Érase una casualidad, un regreso entretenido y un desastre en casa

Volviendo al tema de mis vacaciones por Europa, brevemente interrumpido por lo del premio, hoy os contaré algo acerca de la ida y la vuelta, especialmente sobre la segunda.
La primera sorpresa del viaje, tuvo lugar en Lavacolla (el aeropuerto de Santiago) cuando nos dimos de bruces con Cuspedepita y familia, una bloguera a la que conozco de una quedada y que volvía después de un mes en Argentina de vacaciones, que ya es casualidad que justo el mismo día nos crucemos en el mismo aeropuerto y en la misma terminal, desde luego, el mundo es un pañuelo.
Voy a saltarme ahora todo el resto del viaje y colocarme en el contexto de la recepción del Novotel Amsterdam, donde, anteriormente, dejé mi relato.

Después de pasarme unas dos horas sentado en la recepción de este hotel, por fin vino el transporte que nos trasladaría al aeropuerto, y digo transporte, no bus u otra cosa, porque los de la agencia de viajes nos enviaron unas furgonetas con unos conductores de muy variopinta imagen (por no decir otra cosa) que de una vez por todas nos dejaron, a mi grupo y a mí, en el aeropuerto. Allí, nada, salvo curiosear las tiendas, las dos horas de espera se fueron entre facturar (que cola nos tragamos y el espacio para Business libre) y pillar unas pizzas que encima picaban como los pimientos de padrón, además el vuelo salió con veinte minutos de retraso.
El avión muy bien, un Airbus 321 muy espacioso, además, el único asiento libre en todo el aparato, era el de mi derecha (yo iba en pasillo) y en el otro iba un holandés con un mp4 colgado del cuello que fué todo el tiempo sobando, en fin, que aprobeché para leer El Pais, por cierto, lo único que me regalaron las azafatas (no se si contar sus sonrisas forzadas), porque hasta el agua había que pagarla.
Llegamos a Barajas al anochecer, con las tiendas ya cerradas, así que excepto darme una vuelta por la T4 y cotillear como un tío que andaba por allí cerca intentaba ligarse a una bailarina (o eso decía ella que era), no hice nada más, aunque dejaron frases interesantes, como cuando el chico le preguntó si tenía 25 años y ella respondió que tenía 22 (aparentaba 30 y algo jajaja)
En el avión, esta vez un Airbus 320 mucho más incómodo y con menos espacio para las piernas, decidí cambiarme de sitio (iba medio vacío, o medio lleno, según gustos) por lo que en cuanto cerraron las puertas, me fui para Business (si, tengo buen criterio) y no tardó ni tres segundos en aparecer la azafata de turno y soltarme:
-Ahí no puede estar, puede cambiarse por todo el avión menos aquí- dijo con esa sonrisa tan falsa que ponen siempre
-Ahh, vale, ya me voy- dije yo
Y nada, cagándome en todos sus muertos, volví a turista, aunque tuve suerte, ya que cogí tres asientos seguidos libres y pude tumbarme, escuchar música y leer otro periódico en paz durante todo el vuelo, aunque tengo que reconocer que me distraje un poco con las batallitas de los que tenía detrás y viendo como otro tío (amigo del de antes) intentaba, esta vez, ligar con la universitaria que iba a mi derecha, con poco éxito, diría yo; a la tía le interesaban más sus apuntes que lo que le decía él, pero bueno, estuvo entretenido.
Llegamos a Galiza, y como no podía ser de otra forma, llovía y hacía un frío de la leche, pero bueno, ya llevaba la chaqueta a mano jajaja.
Y acerca de mi llegada a casa, tengo una movida XL, no pinteis las habitaciones nunca, nunca jamás; especialmente la vuestra ¡que horror!

La primera imagen es una de las muchas rampas del aeropuerto de Amsterdam, la segunda, es la T4 de Barajas.